Hola a todos,
Primero quiero agradecer mi incorporación al proyecto (de la cual no me di cuenta hasta hoy, lo siento), y felicitaros a todos las fiestas y que tengáis una buena entrada de año.
En segundo lugar quiero escribiros sobre una imagen que quedó grabada a fuego en mis retinas cuando yo tenía unos 9 años, y que fue por estas fechas (disculpadme si mi sorna o mi cinismo sobre religión ofende a alguien).
Mi padre, cristiano, currante, tozudo y responsable hasta la médula, lleva toda la vida asistiendo a misa los domingos. Tenemos la 'suerte' de tener una parroquia a 20 metros de casa, donde mis hermanos y yo hicimos la comunión y donde todo el barrio (las señoras mayores por lo general), asiste a tomar su panecillo sagrado.
Mi padre cree en Dios, lee la Biblia por las noches, asiste a misa todos los domingos. Mi padre cree que las cosas siempre tienen un camino fácil y uno difícil, considera que siempre se puede hacer el bien sin llegar a lastimar a un tercero.
Mi padre trabaja una media de 18 horas al día 5 días a la semana en un local lleno de humo de tabaco y de personas de toda clase.
Normalmente dice tacos en 8 de cada 3 palabras (cagándose en Dios, etc), anda siempre de un mal humor que puede variar en cuestión de segundos a una alegría exultante, y en función de quién tenga delante, lee mucho y se preocupa por culturizarse, riñe a mi madre cada dos por tres y se altera con facilidad.
Mi padre necesita el cristianismo para refugiarse de él mismo, necesita ir a misa durante al menos una hora para poder evadirse de todo lo que lleva a la chepa día tras día. Mi padre se sostiene en pié gracias a la religión y a su tremenda e incalculable fortaleza. Para echarlo abajo se necesita mucho más que la mano de Dios.
Todo esto viene relacionado a que, a ojos de todos los que no somos su familia, mi padre es una persona difícil de tratar, con fuerte carácter y nada interesado en lo que no sean sus cosas cotidianas. Incluso puede parecer que es frío de corazón y que sólo sabe ver la vida con sus ojos y nada más allá de sus narices.
Cuando yo tenía 9 años, cuando nuestros problemas no habían sinó de empezar todavía, cuando mis hermanos y yo vestíamos con chándals de otras personas que nos daban ropa, cuando mi padre trabajaba las mismas horas en el negocio y comíamos todos de la misma olla (y única), cuando yo no sabía lo que era merendar, cuando mi hermano mayor empezó a desquiciarse, cuando mi madre se puso muy enferma, cuando pasaba todo eso en mi familia, mi padre empezó a llevarme a misa con él.
Mis recuerdos de aquella época son muy vagos en cuanto a detalles y anécdotas, ya que las situaciones posteriores borraron para siempre muchos momentos de mi infancia. Pero recordaré toda mi vida el día en que salimos de la iglesia por la puerta de atrás, donde siempre había un mendigo con mejillas rosadas y gorro gris largísimo pidiendo limosna de rodillas a la salida de la parroquia.
Mi padre se acercó al mendigo y sacó de su bolsillo un puñado de cosas que eran su pañuelo, papeles y dos o tres billetes de 2000 pesetas. En esa época 2000 pesetas eran bastante para una familia como la mía.
Uno de los billetes fue a parar a manos del mendigo. Con los ojos desorbitados y alzando las manos hacia el techo de la parroquia, miró a mi padre casi llorando y luego juntó las manos en posición de rezo para agradecer el dinero que le había dado.
Cuando mi padre volvió junto a mí para marcharnos me explicó que así esta noche podría tomar un buen plato de sopa caliente y un poco de pan.
Ese momento lo tengo grabado en el corazón y nunca se me olvidará. Porque conozco la vida de mi padre y porque sé perfectamente que ese mendigo podría haber sido él. Y quizá él pensó lo mismo cuando yo era pequeña y decidió compartir su pobreza.
En resumen, que una vez más, el dinero es lo de menos.
Primero quiero agradecer mi incorporación al proyecto (de la cual no me di cuenta hasta hoy, lo siento), y felicitaros a todos las fiestas y que tengáis una buena entrada de año.
En segundo lugar quiero escribiros sobre una imagen que quedó grabada a fuego en mis retinas cuando yo tenía unos 9 años, y que fue por estas fechas (disculpadme si mi sorna o mi cinismo sobre religión ofende a alguien).
Mi padre, cristiano, currante, tozudo y responsable hasta la médula, lleva toda la vida asistiendo a misa los domingos. Tenemos la 'suerte' de tener una parroquia a 20 metros de casa, donde mis hermanos y yo hicimos la comunión y donde todo el barrio (las señoras mayores por lo general), asiste a tomar su panecillo sagrado.
Mi padre cree en Dios, lee la Biblia por las noches, asiste a misa todos los domingos. Mi padre cree que las cosas siempre tienen un camino fácil y uno difícil, considera que siempre se puede hacer el bien sin llegar a lastimar a un tercero.
Mi padre trabaja una media de 18 horas al día 5 días a la semana en un local lleno de humo de tabaco y de personas de toda clase.
Normalmente dice tacos en 8 de cada 3 palabras (cagándose en Dios, etc), anda siempre de un mal humor que puede variar en cuestión de segundos a una alegría exultante, y en función de quién tenga delante, lee mucho y se preocupa por culturizarse, riñe a mi madre cada dos por tres y se altera con facilidad.
Mi padre necesita el cristianismo para refugiarse de él mismo, necesita ir a misa durante al menos una hora para poder evadirse de todo lo que lleva a la chepa día tras día. Mi padre se sostiene en pié gracias a la religión y a su tremenda e incalculable fortaleza. Para echarlo abajo se necesita mucho más que la mano de Dios.
Todo esto viene relacionado a que, a ojos de todos los que no somos su familia, mi padre es una persona difícil de tratar, con fuerte carácter y nada interesado en lo que no sean sus cosas cotidianas. Incluso puede parecer que es frío de corazón y que sólo sabe ver la vida con sus ojos y nada más allá de sus narices.
Cuando yo tenía 9 años, cuando nuestros problemas no habían sinó de empezar todavía, cuando mis hermanos y yo vestíamos con chándals de otras personas que nos daban ropa, cuando mi padre trabajaba las mismas horas en el negocio y comíamos todos de la misma olla (y única), cuando yo no sabía lo que era merendar, cuando mi hermano mayor empezó a desquiciarse, cuando mi madre se puso muy enferma, cuando pasaba todo eso en mi familia, mi padre empezó a llevarme a misa con él.
Mis recuerdos de aquella época son muy vagos en cuanto a detalles y anécdotas, ya que las situaciones posteriores borraron para siempre muchos momentos de mi infancia. Pero recordaré toda mi vida el día en que salimos de la iglesia por la puerta de atrás, donde siempre había un mendigo con mejillas rosadas y gorro gris largísimo pidiendo limosna de rodillas a la salida de la parroquia.
Mi padre se acercó al mendigo y sacó de su bolsillo un puñado de cosas que eran su pañuelo, papeles y dos o tres billetes de 2000 pesetas. En esa época 2000 pesetas eran bastante para una familia como la mía.
Uno de los billetes fue a parar a manos del mendigo. Con los ojos desorbitados y alzando las manos hacia el techo de la parroquia, miró a mi padre casi llorando y luego juntó las manos en posición de rezo para agradecer el dinero que le había dado.
Cuando mi padre volvió junto a mí para marcharnos me explicó que así esta noche podría tomar un buen plato de sopa caliente y un poco de pan.
Ese momento lo tengo grabado en el corazón y nunca se me olvidará. Porque conozco la vida de mi padre y porque sé perfectamente que ese mendigo podría haber sido él. Y quizá él pensó lo mismo cuando yo era pequeña y decidió compartir su pobreza.
En resumen, que una vez más, el dinero es lo de menos.
5 comentarios:
Corría el año 1996, yo trabajaba de Vigilante Jurado en la zona universitaria de Barcelona, me tocaban libres los días 24 y 25 de diciembre, mi madre había venido desde galicia a pasar unos días y mi entonces novia lo había hecho desde Marsella.
Pero las cosas se torcieron y tocó trabajar el 25 por la mañana, por lo que acudí a mi puesto bastante cabreado y sintiéndome un miserable por tener que dar mi brazo a torcer y trabajar una mañana como esa.
El servicio me quedaba a cinco minutos de casa así que fui caminando y ya entrando en la zona universitaria vi a una pareja de ancianos buscando comida en un cubo de basura; me dolió ver dos ancianos buscando en la basura un día de navidad pero casi me caen las lágrimas cuando al acercarme y escucharlos hablar oí que lo hacían en gallego, mi idioma natal.
Aquí si hay moraleja (para mi cómplice)
Feliz 2009
Recuerdo con mi padre unas navidades allá por el 73 que salíamos del cine y compramos turrón en una tienda, cuando al salir encontramos a un mendigo y le regalo dos tabletas de las que habíamos comprado...
Por qué esto ha cambiado tanto, quizas por todo lo que vemos a diario, la explotación de los niños para sacar un jornal pidiendo, los engaños de gente que se lo gasta en vino cada vez que le dan un donativo...
Meditar con tu post y ayudar al que necesita, siempre, pero con precaución, los mendigos o pobres de ahora no son como los de antaño...
Un estupendo pots, Feliz Año Nuevo.
Saludos Cordiales.
Para ser una buena persona y ser generoso no hace falta ir a misa ni creer en dios. Mucha gente va a misa a comulgar y luego se pasa la vida haciendo el mal por ahí. También se puede ser generoso con un mendigo a la puerta de un supermercado, o en la esquina de tu calle.
El alcalde del pueblo de mi padre está realizando una campaña por todo el norte de Palencia para recoger productos no perecederos para enviar al pueblo saharaui.
Bienvenida, Juka.
Eulogo, me encanta tu moraleja.
Senovilla, al menos sabes que el turrón no se lo iba a gastar en vino.
Besos para todos y feliz año.
Aquí quiero darle la razón a Senovilla. Se que no todo el mundo es igual pero yo me he llevado varios disgustos por culpa de varias personas.
Cuando veo a una persona mayor pidiendo, siempre le doy algo porque imagino que habrá tenido una mala vida y cualquiera sabe cómo ha llegado hasta donde está.
Cuando veo a alguien de mi edad pidiendo me sienta mal. Se que la pobreza no entiende de edad, pero me he encontrado con cada jeta que me ha quitado las ganas de todo.
Desde el que está lanzando las bolitas diciendo que es malabarista y después te lo encuentras en el supermercado comprando vino hasta el que me rechaza un bocadillo porque prefiere que le de dinero (¿no tenías tanta hambre?).
Por no contarte la vez que venía una mujer con una niña pequeña pidiendo cada semana por mi casa y yo le daba cosas para comer: pan, leche, latas, etc. hasta que un día la pillé tirando en el contenedor de la basura todo lo que le daba. Me sentó fatal.
Así que hoy en día tengo mucho cuidado de a quien le ayudo.
Besitos y feliz año
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